Mientras crece el número de gobiernos europeos que, de un modo u otro, se muestran dispuestos a reaccionar ante la imposición de las medidas anunciadas por el presidente Trump contra las películas rodadas en el extranjero, se multiplican las iniciativas de las asociaciones profesionales que, sin conocer los resultados, intentan estigmatizar la llegada (real o amenazada) de los aranceles. Y mientras el mundo se pregunta y se distrae persiguiendo esas quiméricas amenazas, la Pact, la asociación de productores del Reino Unido, ha publicado un sombrío informe sobre el mercado británico que, de alguna manera, también anticipa lo que podría ocurrir en otros mercados audiovisuales europeos, incluido el español. El informe sostiene que, detrás de la fina capa de la ficción prémium y de los éxitos del streaming, se esconde un mercado cada vez más dividido y tenso, en el que las pequeñas y medianas empresas creativas luchan simplemente por sobrevivir. Y todo esto ocurre porque las televisiones, presionadas para competir con los streamers, pero sin disponer de recursos para sus servicios digitales comparables a los de los gigantes del mercado, se han orientado hacia un modelo que favorece a unas pocas producciones de alto perfil, lo que les lleva a concentrar sus inversiones en un pequeño grupo de productoras consolidadas. En otras palabras, prevalece la ley del más fuerte y quienes no se alíen con estas megaempresas están abocados a desaparecer.
¿Qué consecuencias tiene esto? La Pact se señala que aumentar las barreras de entrada para los recién llegados reduce la posibilidad de renovación en el sector, lo que supone un verdadero freno a la experimentación, a los nuevos talentos y, sobre todo, limita la asunción de riesgos creativos. El resultado es una parrilla de programación más homogénea y previsible, marcada por las reinvenciones y las franquicias que no fallan. Con menos oportunidades y mayor aversión al riesgo, las producciones tenderían a favorecer a los equipos establecidos y conocidos, frenando el relevo generacional, la inclusión de nuevas voces y la representación plural de las comunidades. En resumen, las cartas se barajan una y otra vez, pero el crupier siempre es el mismo.
¿Cuántas de estas alarmas se pueden trasladar al mercado español? Los productores de la Pact están muy preocupados por la amenaza del final del tan elogiado “modelo británico” y piden una redefinición de las obligaciones de programación y un diálogo real entre radiodifusores, plataformas de streaming, productores e instituciones. Y las organizaciones que representan a los productores y a los ejecutivos del servicio público a los que se les encomienda, voluntaria o involuntariamente, impulsar la industria audiovisual, ¿qué idea tienen hoy del futuro que le espera al mercado español?
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