¿Quién no se ha visto involucrado en el debate y los comentarios a nivel nacional e internacional sobre la serie Adolescence? Ahora, más allá de la reflexión sociológica y psicológica que induce e inspira la excelente serie inglesa, creo que deberíamos aprovechar una oportunidad adicional. Que va mucho más allá de la simple invitación a los productores de contenidos a practicar el incómodo enfoque de asumir riesgos, tanto en la narración audiovisual como en el estilo. Porque el concurrido debate que ha surgido en torno a la serie de Warp Films ha llevado el nivel de la discusión a un paso más allá, que es el relativo a una serie que no solo ha logrado expresar una interesante y original historia de ficción, sino que, sobre todo, ha sido capaz de producir una narración de la realidad capaz de levantar el velo sobre un tema particularmente difícil, doloroso y actual. Y en este caso, lo ha hecho la televisión, o mejor dicho, una serie de televisión. Lo que debería hacernos reflexionar sobre el hecho de que la televisión, al margen de sus mil facetas de distribución, todavía puede ser capaz de marcar la diferencia. Porque más que la prensa escrita en declive, más que los libros «elitistas», mejor que la red dispersa y engañosa, transversal por extracción sociocultural y económica, y por edad y alfabetización, la televisión (la buena televisión) todavía tiene la fuerza y la capacidad de dictar la línea de la discusión general, de hacer debatir y reflexionar incluso a la política y a la sociedad en su conjunto, y no sobre el escándalo del último momento, sino sobre una emergencia generacional de la que faltaba una reconstrucción tan magistral y precisa, tan emocionante y clara como en Adolescence.
El debate generado por Adolescence debería llevar a los editores de televisión a reconsiderar el hecho de que no todo se ha dicho todavía, como se quiere hacer creer o se quiere creer. La realidad en la que vivimos se ha vuelto tan compleja que hay universos que esperan ser explorados y contados con valentía y originalidad, y esto vale ciertamente para la dimensión de la serialidad, pero también para el documental y, en suma, para la información. Adolescence enseña que los estándares y los algoritmos son la muerte de la atención del público activo: si los contenidos se mantienen siempre en un cierto umbral preestablecido, el público los sufre, no desencadena un mecanismo de respuesta y reflexión. Un público atento e implicado es el mejor tipo de referente para los editores, porque está dispuesto a pagar por una suscripción y, paradójicamente, también es quizás el más atento a cierto tipo de mensajes publicitarios. No se trata de producir siempre y solo obras maestras, sino de hacerlo siempre un poco mejor de lo que se ha hecho (aunque bien) anteriormente.
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